Echo de menos los cafés del fin de semana, el intercambio de opiniones, a veces, demasiado vehemente, con la televisión de fondo y sin saber qué estaban poniendo. Echo de menos salir a tomar los vinos, cuando se visitaba a la familia y se hablaba del pasado y nuestro presente. Echo de menos ver el mar.
Echo de menos las quedadas para comprar, no saber dónde se había aparcado y regresar a casa antes de que nos llamaran para saber si ya llegábamos, o aquellas escapadas provocadas por sirocos personales. Echo de menos la soledad, el estar haciendo y deshaciendo, no prestando atención al teléfono, sabiendo que el tiempo era mío.
Echo de menos las conversaciones, desde lo trascendental a lo banal, los paseos para descargar y los atracones de alimentos nada nutritivos. Echo de menos lo que no va a volver, sabiendo que lo que está, es lo que cuenta, lo que hay, con lo que se debe quedar para aprovechar el momento y las oportunidades.
Echo de menos que las personas no tengan ganas, ni positividad, ni empatía, que no sean flexibles ante las circunstancias de la vida. Echo de menos a personas menos egoístas, que no sólo piensen en si mismas, donde la ayuda o el respeto formaran parte su ser o a esas personas responsables para que se dieran cuenta de si mismas, de sus decisiones y de lo que las rodea.
Y claro está, también me echo de menos…