APOYOS…

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Pues sí, hay que hablar las cosas, hay que pedir ayuda, hay que solicitar presencias, que bastante ausencias existen ya. Se hace sin vergüenza, sin reparo, sin pensar en el qué dirán. Te encuentras con fulanita y menganito, que te cuentan lo que les ocurre, agobiados por las circunstancias, hasta un poco cansados y enfadados, pero sin  la suficiente valentía para hablar de ello, a quien, realmente, les tiene que escuchar, para luego cambiar lo que se precise.

Ellos, sin saberlo, han encontrado en una persona de la calle, a su confidente, que escucha, atiende, en torno a una taza de café o en plena calle, mientras hace los recados. Es con esa persona con la que se abren para expresar lo que piensan, sienten, el por qué de sus actuaciones. Es con ella, con quien se sienten arropados, hasta confiesan sus miedos, inquietudes, lo que a nadie cuentan.

Es una suerte tener una persona así, con la que reímos y lloramos, lo que toque en ese momento. Con la que jugamos, hablamos, planeamos y no tiene porqué estar a nuestro lado, físicamente, todos los días. Gracias a las tecnologías, la cercanía aparece por arte de magia.

Es una suerte tener ese tipo de apoyos, que nos envían fuerza, valor, nos dan argumentos para que, llegado el momento, se lo digamos a la persona clave, a la que van dirigidas nuestras peticiones. Y no pasa nada porque cuando se dice, la respuesta no es tan mala como pensabamos, y si lo fuera, pues volveremos a intentarlo más adelante. Al menos lo intentamos.

Por mucho que nos organicemos o planifiquemos, hasta los imprevistos, llega un instante donde tenemos que recurrir a alguien o algo. Los apoyos son importantes en nuestras vidas, pero cuando se da la vuelta la tortilla y somos los demás, los que ofrecemos apoyos, que no se rían a nuestra cara, abusando de nuestro buen hacer.